sábado, 24 de septiembre de 2011

Nada

"¿Qué tienes?", preguntó ella. "Nada", contestó él. De inmediato una vorágine de pensamientos disonantes llenos de suposiciones y miedos claroscuros comenzó a girar en un estruendoso silencio que separó sus miradas y reprimió el roce de sus manos. Ella pudo escuchar en ese "Nada" un "Todo". Supo desde ese momento que él ya no la amaba, que de ella se había olvidado hace tiempo pero en su naturaleza masculina no era capaz de decirlo y no sabría siquiera articular una frase sensible y amable, que no le partiera el corazón en una despedida y que era ese temor irresponsable el que lo mantenía al lado de ella. Se dio cuenta en ese "Nada" que todo había terminado, que no habría más y que todos los planes e ilusiones que había construido para los dos, de pronto se derrumbaban de forma catastrófica. Sintió que le recorría el cuerpo entero esa fría sensación que deben sentir quienes caminan por el patíbulo a cumplir su irremediable y mortal sentencia. Sus manos temblaban cuando encendió un cigarrillo y en el humo de la primera bocanada pudo ver que se dibujaban recuerdos de los días de antaño, cuando se sentían felices juntos y él no dejaba de mirarla y ella no paraba de besarlo. Se preguntaba qué había pasado, qué hizo ella para permitir que pasaran de vivir un amor de ensueño a estar ahora en esta situación escuchando su indiferente "Nada". Era verdad que ella había cambiado y ahora le resultaba muy difícil tolerar el desorden que él siempre dejaba a su paso después de bañarse y que cada vez se lo reclamaba con menos paciencia y con más volumen: ¡pero cualquiera que viviera con él se daría cuenta que es desesperante vivir con un huracán por pareja! Aun así, no creía que fuera razón suficiente para terminar con todo, cuando ella siempre le había apoyado incondicionalmente en las buenas y en las malas: cuando perdió el empleo, cuando lo recuperó, cuando la suegra les caía de sorpresa, cuando ella le regaló el reloj que él quería en el aniversario de novios y a él simplemente se le olvidó la fecha, incluso aprendió a fingir que le gustaba el fútbol para poder compartir más tiempo con él... en todas, siempre estuvo a su lado. No pudo contenerse más, su cuerpo y su orgullo la traicionaron, rompió en llanto frente a todos en el restaurante y se levantó de súbito en un ademán que tiró la servilleta y volteó la taza de café. Se quitó la sortija y la dejó en la mesa ante la mirada desconcertada de ese hombre que ella estaba decidida comenzar a olvidar. Quiso decirle adiós pero las palabras no lograron salir por su boca ahora sellada por el llanto. Escucho que él dijo algo y trató de sujetarla del brazo, pero ella había emprendido ya el duro camino, sin retorno, para rehacer su vida.
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"¿Qué tienes?", preguntó ella. "Nada", contestó él. Sin embargo, por dentro, lo único que él quería saber en ese momento era el marcador final del partido en el que el equipo de sus amores jugaba contra el equipo que ella apoyaba. De repente, quedó atónito al ver que ella salía corriendo ahogada en un mar de llanto. Trató de detenerla diciéndole con la mayor empatía: "¡tranquila, tal vez fue tu equipo el que ganó!". Cuando la vio salir lo comprendió todo. Sabía que esa noche ella se pondría el pijama de franela y él dormiría en el sofá.