miércoles, 21 de septiembre de 2011

Hoja en blanco

Tener la pluma en la mano no siempre es fácil. Menos aun cuando te enfrentas a una hoja en blanco así, sin formato ni guía, sin pistas ni advertencias. Totalmente en blanco.

Una hoja en blanco puede intimidar al grado de paralizar a quien la enfrenta, desarmarlo, arrinconarlo y sujetarle la mano para reescribir línea por línea páginas escritas tiempo atrás, amarillentas ya de tan viejas y arrugadas ya de tanto releerlas. Páginas cuyos personajes, escenarios, descripciones e imágenes son, letra por letra y palabra por palabra, versiones ya borrosas de sí mismas. Eso sí, las paginas viejas prometen la ilusa seguridad de un pasaje conocido, sin sorpresas ni sobresaltos, sin decepciones nuevas ni miedos renovados, con finales poco atractivos o inspiradores pero seguros y predecibles. Una hoja en blanco usa todo tipo de artilugios y mecanismos de defensa para no ser escrita y puede ser tan amenazadora que, incluso, te lleve a dejar de imaginar y de escribir antes de atreverse a ser escrita sobre sí.

Superar el miedo a la hoja en blanco no es fácil. Tampoco imposible. No para todos. Se requiere no sólo la capacidad de escribir sino la actitud y el deseo verdadero de hacerlo. Sobreponerse a los temores de la escritura nueva te lleva, irremediablemente, a recibir y crear nuevos personajes, ambientaciones temporales, Iluminaciones constantes, escenarios nunca antes imaginados, argumentos innovadores y situaciones inusitadas que en su conjunto todo, van llenando nuevas páginas en cada trazo y fluyen en torno de una nueva historia, ciertamente con final desconocido, incierto y sin la promesa de un final feliz, pero a la vez un final que quien escribe, puede decidir, ampliar, enriquecer y hasta postergar casi de forma infinita.

Dejar el miedo atrás no es fácil cuando de escribir se trata. Menos cuando se trata de vivir. Pero una vez que se da el primer paso, los siguientes llegan cada vez más pronto y más constante.